No
es sencillo comparar el arte escénico con la actividad política que es ciencia,
técnica y arte, pero intentaré equiparar el análisis de lo que está sucediendo
en la política mexicana, a través del modelo intratextual que se utiliza para
las obras de teatro, con el propósito de desentrañar las incoherencias y
falsedades que envuelven al sistema mexicano. Esto no es fácil, sobre todo si
se tiene en cuenta que la política ha sido convertida en una sucesión de
procedimientos deshonestos, concertacesiones y arreglos para que siga imperando
el establishment. Empiezo:
En
primer lugar abordo la estructura dramática que da soporte a las obra,
en virtud de que es la parte que sintetiza los acontecimientos y elementos
constitutivos de la historia, permitiendo identificar las tramas a relatar. Aunado
a lo anterior, en el ámbito político la trama es el mensaje proveniente
de los hacedores (creadores de la
estrategia) que sólo deja ver la dermis, es decir, un segmento seleccionado de
antemano para ocultar muchas situaciones que pueden salirse de control. “Los
directores de la obra” tratan de fijar que la meta es convencer al electorado a
que vote por su opción para construir un municipio, un estado y un país más desarrollado
a través de sus productos. Sin embargo, en la práctica la trama de los
intereses grupales y personales exhibe inconsistencias y descubre a los ojos
societales (en diferentes grados de impacto, debido a la posición sociocultural
y económica) que los mensajes están destinados a la manipulación de las
percepciones sociales.
Si
bien es cierto que en el teatro también existe el tono para explicar lo
trágico, cómico o melodramático de la puesta en escena, en la política mexicana
el tono es ofrecido por medio del producto identificado como partido(s) /candidato(s),
de tal forma que en 90 días de proselitismo –plazo establecido por la legislación
electoral vigente en México- se trata de inyectar elementos simbólicos y
persuasivos que, de alguna u otra manera, van a repercutir en la psique social sin
mediar ningún tipo de análisis, pues la propaganda en cualquiera de sus facetas
tiene una elevada carga de emotividades que son direccionadas hacia el
subconsciente, para luego trasladarse a la toma de decisiones.
El
espacio -que es el
lugar donde se efectúa la acción teatral- es eminentemente alegórico, a fin de
que los auditorios abstraigan la trama y a partir de ahí adopten/reafirmen para
sí estereotipos sociales. En el plano político, el espacio es territorio evocador
de necesidades y expectativas, las cuales se encuentran en la propia dinámica
social, o bien, son insertadas por el marketing electoral para despertar en los
receptores sentimientos de unidad, satisfacción, enojo, adhesión, aislamiento,
tranquilidad, etc.
Así
pues, los conflictos conforman la parte esencial de la estructura
dramática, pues hacen avanzar la acción. En teatro existen varios arquetipos de
conflictos, y habrá uno o más que ocupen la atención central de los
espectadores, en virtud de que retrotrae el choque de la acción con el público,
el cual se materializa en lo que hacen o dejan de hacer los personajes. En
política, los conflictos están referidos a las supuestas diferencias de
concepción y puesta en marcha de políticas públicas; en los errores de los
contrarios; en lo que se hizo o se deshizo, pero sobre todo en lo que se deriva
de la llamada encuestología. El conflicto político aparece siempre apegado a
cuestiones de militancia, filias y fobias que son manejadas por los estrategas
y operadores de las campañas, para que las personas (adherentes, opositores o indecisos)
concilien su realidad bajo premisas de dudosa comprobación, ya que el videns supera la capacidad de comparación
racional.
Los
conflictos teatrales se convierten en encuentros y desencuentros fácilmente
detectables, mientras que los políticos son códigos semióticos que se muestran
como señales imperativas para dictaminar Sí o No a la imagen, lema o propuesta
inmediatista de los productos políticos. Tal parece que entre partidos no
existieran diferencias de fondo, sino sólo estilos diferentes para concebir la
realidad y variar la dirección de políticas públicas para resolver
disfuncionalidades. Los partidos y sus candidatos buscan la confusión de la
trama, envolviendo al imaginario colectivo en un encadenamiento de dubitaciones,
las cuales son fortificadas por perfiles superfluos y el manejo subliminal de
las masas.
Ahora
bien, los personajes de la obra son el eslabón final, pues representan
la expresión concreta que, con sus acciones y diálogos, llenan espacios, dan
vida a los conflictos y presentan la trama y el tono. Hay muchas maneras de
clasificar a los personajes: emblemáticos o realistas, complejos o simples, o
bien, principales o secundarios. En el caso de la política los personajes son
los candidatos, el partido, los slogans y sus presentaciones mediáticas o
directas, de acuerdo a la calendarización de la trama.
En
México los personajes siempre quieren readecuarse en prototipos prefabricados,
como son: populistas, mesiánicos, valentones, intelectuales, conocedores,
pragmáticos, entre otros. Luego entonces, los personajes se enfundan en
envoltorios de fácil reconocimiento y fijación, a efecto de que sean recordados
por los auditorios receptores, quienes los incorporan a través de la
sistematización de sus voces, pensamientos, ademanes y manejo proxémico.
Personajes políticos que muchas veces debieran utilizar las máscaras y las
túnicas del ágora griega y los foros romanos, para que no salga a flote la “perversidad”
de sus pretensiones.
En
la obra “México 2012”
los personajes están montados en una maquinaria que los moviliza por los cuatro
puntos cardinales, posicionándolos en los ojos, oídos y terminales táctiles del
público receptor: los copetes, los cuerpos anoréxicos, las miradas
conciliadoras, la caricatura de profesor, las palabras amorosas, los dichos que
quieren producir risas, el regreso de promesas; son el pan nuestro de todos los
días. Miles y miles de spots propagandísticos, cientos de miles de volantes,
espectaculares, bardas y trípticos, que tienen como destino final los tiraderos
de residuos sólidos. Si acaso con el correr de los años, alguna frase, imagen y
oferta se quedarán grabadas, pasando a formar parte de la sátira nacional,
porque la mayoría son promesas que se incumplen, ofertas para arrancar la
compra social a través de sufragios en un tiempo y espacio específico y nada
más.
Hasta
ahora, desafortunadamente, no hay visos de que los auditorios exijan el
cumplimiento de promesas tanto a los vencedores como derrotados a medias (ya
que muchos son reciclados en puestos de elección federal o estatal, o bien en
cargos gubernamentales), porque de cualquier manera todos los partidos contarán
con parcelas de poder, para modificar el marco normativo de la República y el
uso de los recursos humanos, técnicos, materiales y financieros para alcanzar
sus fines.
La
obra teatral del PRI está basada en la recuperación de un pasado que pregonan
como glorioso frente a la debacle provocada por las administraciones panistas
desde el año 2000. Los colores nacionales, la figura por encima de las ideas,
el México que se desgaja y que es necesario rescatar son los guiones
principales para que las nuevas generaciones se emocionen por la puesta en
escena. La apuesta de los hacedores
priistas está en el olvido y en el marketing. El éxito redundará en sacar
del baúl de los recuerdos la añoranza institucional aunque para ello la
desmemoria haga su aparición para no recordar los miles de errores y actos de
autoritarismo y corrupción de gobernantes y políticos, que ahora se
remasterizan en la campaña de Peña Nieto.
En
lo concerniente al PRD, las tribus de arribistas se han apoderado de las
estructuras. Cambiaron el guión de izquierda y cambio por una secuencia de
concertacesiones y amarres reformistas. La política del partido del sol azteca
fue transformada en el apego al poder, aunque en ello se perdiera la
legitimidad de sus cuadros y la penetración en la sociedad. El actor de hace 6
años hoy cambia sus diálogos: de beligerante directo a político amoroso, para
sumar adeptos a la causa. Habrá espectadores que se sumen al proyecto de López
Obrador y otros que duden de la efectividad de la nueva estrategia y opten por
abstenerse o votar por los otros productos políticos.
En
ciertas partes de la obra teatral se generan espasmos, pues los que se decían
progresistas (como el caso de Rosario Robles Berlanga, exjefa de gobierno del
DF) hoy trabajan abiertamente por Peña Nieto. El teatro de la vida cobrará
facturas, porque evidentemente muchos perredistas no se vieron beneficiados e
irán contracorriente por interés y acomodo para restar votos al candidato de la
coalición de las denominadas “izquierdas”.
La
obra del PAN que protagoniza Josefina Vázquez Mota no tiene ni siquiera
entradas suficientes para llenar un foro regional, pues el guión que utiliza no
tiene sólidos referentes para apuntalar la puesta en escena. La actriz-política,
enfundada en trajes sastre de diseñadores reconocidos y maquillaje a granel
está impedida a rescatar los valores y resultados de dos administraciones
panistas que pusieron en la lona sus capitales políticos. No puede hablar de
cambio de rumbo ni aplaudir lo hecho, pues todo representa debilidad. El elenco
la está dejando sola con su soledad, con estadios semivacíos y campañas que no
cuajan en las simpatías sociales. Josefina, la que parece estrella de cine en
los posters y otra mujer en los actos, sale a cuadro pronunciando monólogos sin
acompañamientos. La campaña blanquiazul es, como el gobierno calderonista, una
campaña fallida por todos lados.
Del
PANAL (Partido Nueva Alianza) qué decir, toda vez que es una organización
clientelar apoyada por el sindicalismo reunido en torno al SNTE que dirige Elba
Esther Gordillo Morales. Gabriel Quadri de la Torre, quien recibió la
candidatura en una cena entre amigos, no cuadra. Es un personaje montado en un
escenario que pretende ser dramático-realista, pero que se mueve en la comedia.
Una verdadera caricatura. Decía mi padre……………la hecatombe. La figura
desparpajada, pero sobre todo el discurso que exterioriza nos deja ver una
política denigrante e infame. ¿Así o más?
BHG ₪